Esta mañana alguien me ha aconsejado «honrar la vida». Al principio me he quedado algo sorprendida, pensando «qué bonito», pero luego me ha venido la duda… «Vale, ¿cómo?» Así que me he decidido a escribir este artículo, para ver si, al escribir, ponía un poco en orden mis pensamientos y sentires.
Honrar la vida. Y esto, ¿qué es? Al final, me han salido una serie de ideas que he condensado en estas 12:
1. Asume riesgos. Toma decisiones desde el corazón.
Esto no quiere decir que todo vale, que hagas estupideces ni que pierdas la cabeza. Tampoco pretende ser el típico mensaje Mr. Wonderful. Esto quiere decir que, si algo te importa, busques la manera de ir a por ello, de una forma sensata y ordenada, pero dando pasos hacia eso que sientes que quieres hacer, que te deja el corazón contento. A veces nos justificamos con mil «peros» para no hacer ciertas cosas, para no poner en marcha proyectos, para no vivir la vida que queremos, y nos quedamos en la famosa zona de confort que nos atrapa, y que luego nos deja con una sensación extraña que se desliza entre la falsa seguridad y el hastío. Haz las valoraciones que tengas que hacer, pero ve poniéndote en marcha, aunque sea dando pasitos pequeños.
2. Pasa tiempo de calidad con tus seres queridos.
Esto cada vez me parece más importante. Nunca he entendido la gente que dedica la mayor parte de su vida a trabajar, que se desvive para ganar un dinero que no tiene tiempo de disfrutar ni de compartir. Entiendo que a veces, las circunstancias son las que son y no hay mucho margen de cambio, pero casi siempre se puede hacer algún ajuste. Plantéate si pasas suficiente tiempo con tu familia (humana y animal) y amigos, y si les dedicas atención, si los escuchas, si los conoces. Ver la tele todos juntos un rato después de cenar no es tiempo de calidad. Apaga la tele, aparta el móvil, y habla, comparte inquietudes, miedos, alegrías. Juega con tu perro y luego echaos la siesta juntos. Da un paseo con tu pareja y salid a cenar. Pero, sobre todo, dedica tiempo a escucharlos.
3. Medita.
Para ponerte en contacto con la vida no hay nada como meditar. ¿Por qué? Porque durante esos minutos que estás ahí, en silencio, contigo, simplemente eres consciente de tu respiración, de tu presente, de estar vivo, de esa parte de ti que no cambia con el paso del tiempo y que no se ve afectada por los miedos y vaivenes de la mente. La meditación te ayuda a salir de la dinámica pasado/futuro en la que nos movemos constantemente (recuerdos y expectativas) y te ancla al momento presente, el famoso «aquí y ahora». Estás vivo, ¿te estás dando cuenta?
4. Pasea por la naturaleza y maravíllate con su presencia.
Otra de mis favoritas. El contacto con la naturaleza, si estás atenta, tiene efectos parecidos a la meditación. Claro, que si vas enviando whatsapps y subiendo fotos a Instagram, esto ya no vale, te lo pierdes. Pasea con plena atención. Siente el airecito en la cara, siente los rayos del sol, o la lluvia. Date cuenta de los olores, de los sonidos. Déjate sentir la presencia de los árboles a tu alrededor, su cobijo. Observa los insectos que te encuentras, cómo en cada diminuto rincón puedes observar la vida. Una filita de hormigas, el musgo en las piedras, o las primeras flores de la primavera. Observa la puesta del Sol, en silencio, y luego las estrellas. Date cuenta de que eres una mínima expresión de un universo inmenso, completa en sí misma pero parte de un todo infinito. Estás viva, eres parte de todo eso, y lo creas y lo nutres cada vez que lo observas.
5. Más corazón, menos mente.
Aprende a escucharte de otra manera y a tomar decisiones desde otro lugar. No se trata de demonizar la mente, la mente sirve para lo que sirve, pero no permitas que te monopolice y mucho menos te identifiques con ella. No eres tu mente, o, mejor dicho, no eres sólo tu mente. Eres mucho más. Entonces, aprende a escuchar también tu corazón y a confiar en lo que te dice, de la misma forma que confías en tu mente. A la hora de tomar decisiones, todo el proceso de valoración de pros y contras y todo eso que hacemos es un proceso mental. Te propongo ahora que te dejes sentir, que tengas el valor suficiente para tomar esa decisión que te da alegría y te ilusiona. El corazón vive en el presente, la mente lo hace a caballo entre el pasado y el futuro.
6. Valora tanto los buenos momentos como los malos.
Tenemos mucha tendencia a catalogar experiencias y emociones como positivas o negativas, cuando esto no es del todo así. Aprende a estar bien también con tus dificultades, porque de todo se aprende. Ábrete a recibir y agradecer todo lo que trae la vida, te guste o no. Quizá gracias a una enfermedad te des cuenta de cuáles son tus prioridades en la vida y comiences a reorganizarte. Quizá tras un proyecto «fracasado» aparezca una oportunidad que de otra manera no habrías valorado. Como se suele decir, «si la vida te da limones, haz limonada». No pretendas sacar de tu vida el dolor, porque no es posible. Para que exista el placer, debe existir también el otro polo. Así que la vida se conjuga como un baile entre la alegría y la tristeza, entre los buenos momentos y los malos, entre construir y destruir. La clave es estar igual de bien con unos que con otros, sabiendo que todo pasa, que nada dura para siempre. Obsesionarse por salir cuanto antes de un episodio difícil sólo nos trae más estrés y más sufrimiento, no lo olvides.
7. Haz cada día algo que realmente te guste. Dedícate tiempo.
Hemos hablado de dedicar tiempo de calidad a los demás, pero es igualmente importante dedicártelo a ti. Cocínate algo rico. Lee un libro que te guste. Haz deporte, si te gusta. Apúntate a manualidades si es lo que quieres. Tómate una infusión en silencio, tranquila. Sé que los que tenéis hijos me diréis «Sí claro, como si fuera tan fácil». No digo que sea fácil, digo que es necesario, por tu salud física y mental, por tu bienestar. No podemos dar lo que no tenemos. Si quieres nutrir, tienes que nutrirte. Si quieres amar, tienes que amarte. Aunque sean 10 minutos, haz algo que te dé alegría, porque de lo contrario verás que te vas amargando poco a poco, y que pronto aparecerá esa sensación de «¿qué ha pasado con mi vida, adónde ha ido?».
8. Pasa todos los días algún tiempo en silencio, sola o acompañada, y siéntete.
El silencio es fundamental para conocerte, para observar tus emociones, para sentir tu cuerpo, tu energía… Es imprescindible para aprender un poco más sobre ti misma, sobre tus temores, tus necesidades, tus sentimientos y sensaciones. Si no hay silencio ni parada, no tenemos la oportunidad de vernos ni sentirnos. Te hago una pregunta: ¿qué te da más sensación de estar vivo, pensar o sentir? ¿No has tenido a veces la sensación, cuando tienes la mente muy ocupada, de que se te escapa algo entre los dedos? Eso que se esfuma sin que te des cuenta es tu propia vida. Aprende a disfrutar del silencio, a vivirlo.
9. Respeta todas las formas de vida, aunque te parezcan insignificantes.
Estamos hablando de honrar la vida, ¿no? Bueno, pues honremos la de todos, no sólo la propia. ¿Cuántas veces has visto un insecto en tu casa y, sin pensarlo, le has dado un pisotón? ¿Cuántas veces has arrancado una flor porque te parecía bonita? ¿Eres consciente del sufrimiento que requiere tu forma de alimentarte? No digo que tengas que hacerte vegetariano (que no sería mala idea tampoco), ni que no cojas el coche porque matas miles de mosquitos en cada viaje… Sólo digo que pongas conciencia en lo que implican tus hábitos para otras vidas, y que, en la medida de lo posible, hagas ajustes, los que tú consideres.
10. Aprende a aceptar y a entender la muerte
La muerte es parte de la vida, y la mayoría de los miedos y resistencias que nos bloquean tienen mucho que ver con la sombra de la muerte. Nos da miedo envejecer, nos da miedo enfermar, nos da miedo sufrir y nos da miedo morir. Nos da miedo también que mueran nuestros seres queridos, porque no entendemos bien qué es la muerte ni qué supone. No hablo sólo de la muerte «última», sino de cada una de las pequeñas muertes que son las transiciones y los cambios.
Nos da miedo dejar un trabajo o una pereja porque muere un personaje y muere una etapa. Tememos los renaceres, porque no sabemos en qué nos vamos a convertir ni qué será de nosotros. Aprende entonces a entender la muerte como un cambio, de manera que, lejos de ser un final, se convierte en un nuevo inicio. Todo lo que nace debe morir. Pero empieza a ser consciente también de que, a otros niveles más profundos, hay algo dentro de ti que nunca muere, ni siquiera se transforma. Hay algo que siempre permanece, que es esa sustancia única de la que todos estamos «hechos»… la conciencia. Te sugiero la lectura del Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte.
11. Desapégate de las cosas materiales y de las personas.
Todo viene y va, es parte del juego. Vive con gratitud por lo que tienes, pero no te aferres, ni a las personas ni mucho menos a las cosas o a las experiencias. Te contaré una anécdota. Hace un par de veranos hubo un incendio en mi edificio. Me desperté a las 4 de la mañana por el olor a humo y las voces de algunos vecinos y de los bomberos, así que me asomé a la puerta, y pregunté a dos policías que estaban ahí si había que desalojar. Me dijeron que de momento no, pero que cerrara puertas y ventanas y colocara toallas húmedas bajo las puertas. Eso hice, y después me vestí, le puse el arnés a mi perro y metí a los gatos en transportines, por si acaso al final había que salir. Me senté en un taburete en el salón a esperar novedades.
Durante ese tiempo que estuve ahí esperando me pregunté qué pasaría si tuviera que salir corriendo, ¿qué me llevaría? No se me ocurría nada. Pensé en el bote de la Kombucha que estaba ahí fermentando, porque también había vida ahí, y no era justo dejarla atrás. Pensé que estaba perdiendo la cabeza, así que solté la idea. De repente, tuve una extraña sensación de que me encantaría salir con lo puesto y dejar todo allí dentro. Total, el seguro se haría cargo de pagarme un hotel y algo de ropa para ir tirando (o eso creo, que tampoco sé). Pero no me importaba. Me importaban mis animales, y lo demás era superficial y totalmente prescindible. Tuve una tremenda sensación de libertad y ligereza. Sentí mucho amor por ellos, y me sentí muy viva. Al final todo quedó en un susto, pero me llevé un gran aprendizaje y una gran toma de conciencia de mis prioridades.
12. Y sobre todo, AMA.
No importa si es a otra persona, a un animal, a las plantas. Simplemente, ama. Y es que para eso hemos venido a este mundo, para amar, para vivir con el corazón presente y bien abierto. Ámate a ti mismo, que es una condición necesaria para amar a otros. Pero no vale con quedarse ahí. Ama a tus amigos, a tu familia, a tus animales, ama a la vida. Todos hemos tenido malas experiencias, a todos nos han roto alguna vez el corazón. No importa. Encara tus miedos y vuelve a abrirlo, porque cerrarlo es como estar muerto. Ama y demuestra tu amor escuchando, dedicando tu tiempo, haciendo compañía. Llama a tus familiares y pregúntales qué tal están. Sal a pasear con tu perro en silencio. Riega las plantas con cariño. Acaricia a tu gato, a tu pareja, a tus hijos. Diles palabras reconfortantes si tienen un mal día, o simplemente siéntate con ellos, aunque no digas nada. El amor une, el miedo, separa. Abre el corazón y vive.
Y, para cerrar, os dejo una hermosa canción titulada, precisamente «Honrar la Vida».
No es lo mismo que vivir Honrar la Vida…
baba nama kevalam
(Todo lo que hay es Amor)
Irene.
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Me encanto todo el contenido de este escrito. Me hizo reflexionar mucho sobre mi vida. Mil gracias y saludos!!!!
Me alegro mucho, Silvana!
Un abrazo,
Irene.